Estándar
1. Cabeza.
Braquicéfalo. La cabeza se inscribe en dos cubos. uno mayor que engloba el
cráneo y otro más pequeño para la cara u hocico. Ejes craneofaciales paralelos.
Belfo rico, pero no exagerado.
Orejas pequeñas y triangulares, enhiestas en su primer tercio cayendo hacia
adelante o a los lados cuando el perro está atento.
Mordida en tenaza o prognata. La expresión naso-frontal está claramente marcada,
así como el surco entre los senos frontales.
Ojos pequeños y rasgados, de color avellana.
Músculos maseteros muy desarrollados.
Las mucosas son negras y bien pigmentadas.
2. Cuello. Corto y musculoso, con una ligera papada que protege la tráquea de golpes y desgarros, especialmente de las navajas del jabalí.
3. Cuerpo.
- Caja torácica: ancha con costillas redondas dando cabida a un corazón y
unos pulmones poderosos capaces de combustionar el oxígeno necesario para
no asfíxiarse durante la presa. La anchura entre los miembros anteriores es
considerable.
- Tronco: línea dorso lumbar ligeramente ascendente de las costillas a la
grupa. Grupa unos 2 cm. superior a la cruz. Vientre recogido.
- Cola: gruesa y corta, actuando como timón y estabilizador.
4. Extremidades. Tren delantero: omóplatos y húmeros bien musculados, extremidades rectas, cuartillas y manos recias. Tren trasero: Menos desarrollados que el delantero.
5. Talla y Peso. Alzada: 62-63 cm para los machos; 57-60 cm para las hembras. Peso: entre 35 y 45 Kg.
CARRANZA CONSERVA UN MÉTODO PECULIAR PARA CAPTURAR
VACAS Y TOROS SALVAJES
«El Jaque» es uno de los múltiples perso najes populares que ha dado el prolijo
valle de Carranza. Larguirucho y enjuto, por cada poro de su cuerpo desprende
la nobleza y esponta neidad del hombre natural, sin más compañía que las vacas
«montesinas». No tiene ni el tí tulo de
estudios primarios, «apenas fui a la escuela
y apenas leo», pero en Carranza y con
tornos es «doctor», admirado, respetado
y consultado, en «pescar» animales
salvajes, ayudado por sus perros Villanos.
Basta con que Agustín Ruiz Ormazábal
grite «¡eh, mo nín!» para que cinco canes
vulgares se lancen sobre una vaca o un
bravo jabalí y lo detengan, aun con riesgo
constante de perder su vi da en el empeño.
En su documento nacional de identidad se
lee: Agustín Ruiz Ormazabal, «pero este es
el nombre para los papeles», comenta con
extrañeza. En Carranza, Trucios,
Arcentales y todo el valle de Mena se le
reconoce por «El Ja que». Mezcla de «jaca» y «jeque», es la suma de «doctor»
en cazar animales salvajes y de «señor» de las montañas del valle más exten
so de Vizcaya. Agustín sabe muy poco de escuela -des de muy pequeño tuve que
ir al monte- cono ce, sin embargo, casi todo sobre vacas mon tesinas o salvajes.
El es uno de los pocos herederos existentes en Carranza de un méto do peculiar
de cría y caza de vacas salvajes autóctonas que se viene trasmitiendo de pa
dres a h¡jos desde tiempos inmemoriales. «Mientras la mayoría cría sus vacas
en esta blos, libres o cerrados, nosotros las mantene mos en estado salvaje,
perdidas entre los montes del valle, en verano y en invierno. Todos saben
que son nuestras porque portan la marca "R« de la familia Ruiz. Cuando los
del matadero quieren comprarnos alguna, para carne, vamos al monte con los
perros, las lo calizamos y las pescamos.» La originalidad de este sistema
-extendido en Carranza, Arcentales, Trucios y valle de Mena- no está en la
fórmula de cría, que, por supuesto, resulta bastante más económica ya que
pastan en términos comunales, sino en el método utilizado para cazar estas
vacas, que al ser salvajes, conservan intacta toda su na tural bravura. Agustín,
uno de los más aveza dos especialistas de la zona, aprendió el siste ma a
los siete años, en pleno monte; desde entonces, éste es su modo de vida, su
trabajo de cada día. Cada año pesco (así, pescar es la palabra que constantemente
utiliza) unas trescientas vacas montesinas y multitud de ja bal íes.
LUCHA CRUENTA
Contemplar la caza de una vaca salvaje, montesina o montechina, como se las
denomina en Carranza, es de una belleza indiscutible y, sobre todo, de un
riesgo imprevisible para los ganaderos, sus colaboradores y sus perros. «¡Eh,
monín!», grita el Jaque, y cinco o seis perros se lanzan ansiosos sobre el
animal previamente indicado. Uno muerde la pata, otro la oreja, otro del morro...
cada uno muerde donde puede. La bestia se agita, trata de des prenderse de
los perros, los embiste, lanza a un perro a dos metros de altura, huye alocada.
Los perros no cejan en su empeño, le siguen, recibirán cornadas, coces, mordiscos,
pero ciegos y fuera de sí, seguirán mordiendo, hiriendo a la bestia que trata
de huir. Todo un festival de san gre donde las vacas y los perros dejan entrever
las heridas inferidas mutuamente. «El Jaque», como un gran señor, desde su
caballo contempla la cruenta lucha en espera de que le toque intervenir. De
vez en cuando dirige algún grito de ánimo a sus dóciles pe rros: «Eh, monín».
«¡Ay, compañeros, no me dejéis abandonado!» La lucha ha durado media hora
-se trata ba de un animal corpulento- lo perros han lo grado detenerlo, aunque
enfurecidos, siguen hincando sus dientes allá donde pueden hasta que «El Jaque»
cruce un largo cordel por toda la mole del animal para inmovilizarlo y así
poder llevarlo al matadero. «A pesar de que los perros lo tienen bien sujeto
-comenta «El Ja que»- hay que tener mucho cuidado a la ho ra de atarlo. Sigue
siendo muy peligroso, pue de llegar a embestirte, a darte coces, a morderte.
Hay que estar muy atento. El riesgo continua hasta que la bestia esté totalmente
inmovilizada. Los perros jadeantes, con ojos a punto de salirse de sus cavidades,
muerden, fuera de sí, la presa inmóvil. «El Jaque" les fe licita. Son seis
perros, mezcla de «chato» y «salobero» que, día tras día, dejan su piel en
la caza de las vacas montesinas. «Son unos perros extraordinarios y muy dóciles,
cada año mueren dos o tres, otras veces les rompen una pata o los dientes
clave y entonces ya no sirven para nada y hay que retirarlos. Pero ellos,
aún heridos y maltrechos, siguen en la lucha hasta que yo les indique lo contrario.»
SU ILUSIÓN, ATAR UN VITORINO
«El Jaque» y su cuñado Jesús, fiel acom pañante de todos sus safaris, además
de las trescientas vacas que capturan cada año, son muy conocidos en el valle
por la caza de jabalíes. Su ilusión, sin embargo, es «agarrar a un toro, a
poder ser un «mihura» o un «vitorino», para que todo el mundo vea que se le
puede coger a un bicho de esos, por muy grande y bravo que sea, y sin matarle».
«El Jaque» co menta como lo harían: «Le lanzaríamos, mi cuñado y yo, diez
o doce perros para andar sin problemas. En media hora, los
perros lo habrian detenido. Luego intervendríamos
nosotros y nos encargaríamos de atarle las patas y
manos. como a un cordero. El toro matará a uno o
dos perros, pero los otros, estoy seguro, responderán.
Nos da lo mismo hacerlo en una plaza o en pleno
campo.» Y repite con convicción: «Nosotros nos
comprometemos a atarle como a un cordero.»
EN TRUCIOS, TAMBIÉN LOS PERROS
En Trucios los verdaderos cazadores son los perros.
Los Villanos, grandes corredores, agarran al ganado
por las piernas. Luego vie nen los perros de presa
que les agarran de las orejas o del morro y ya no
sueltan.
- «Para que suelten el ganado hay que meterles los
dedos en la nuez y ahogarlos. Cuando ya no pueden
respirar, sueltan la presa.)> Eso nos dice Emilio
Urquizo que tiene va nos rebaños («bandas», dice él)
de ganado monchino. El otro día se le murió un perro
de presa que valía 20.000 pesetas. Ahora tiene otro
llamado «Limon» que es un grandísimo holgazán.
«Las vacas monchinas las bajamos atadas en el carro de bueyes o en el tractor.»
«La pesca» para carne es en octubre. Capturan toros y vacas, los toros de
3 años. Antes dejaban los toros hasta los 7 u 8 años. ¿Motivos?
- «Los toros de Trucios se lidiaban en muchas plazas: en Algorta, Carranza,
Valma seda. Pero hace unos años que se exige divi sa, que la ganadería esté
sindicada, y es mucho gasto para este ganado pequeño y salvaje.»
Así que ya no hay ganaderías en Trucios. Y eso que era ganado bravo, salvaje,
que embestia bien. Una vez hubo que matar a tiros a unos toros, pues nadie
quería lidiarlos cuando salieron a la plaza. El ganado de Trucios está en
los montes Armañón. Los Jorrios, parte de Sámano. Habrá unas cuatrocientas
o quinien tas cabezas y otras tantas yeguas. Antaño ha bía miles de cabezas,
pero luego se plantó pino.